viernes, 13 de mayo de 2016

Redes: fin de la primera jornada




Una hora y media tardaron en elegir lo fundamental. Jorge estaba mentalmente extasiado por haber elegido unos cuadernos y libros para el ocio. La señora mayor parecía estar complacida.

-Bien, bien, bien. Ya has elegido bastante. -Proclamo ella- Ahora voy a elegir yo a tus ayudantes, te informo de que no nos vale cualquiera, tengo por norma elegir bien. Han de tener todos palabra abierta, así te entretendrás, pero ser asignados a clase inferior a índigo. ¿Porqué? Muy sencillo: Solamente se la podrás otorgar tú, por eso quiero que salgan ganando. Muy importante: Para otorgársela debes nombrarlos, dar dos palmadas, pronunciar "palabra abierta" y volver a palmear dos veces. Ningún condenado a compañero tendrá tiempo de recreo libre en presencia de un semejante que esté disfrutando de recreo libre, solamente el jefe de grupo puede disfrutar de tiempo de recreo libre en presencia de un semejante subalterno. Así que asegúrate de programar bien sus premios si te dejan hacerlo. Que no interfiera con sus o con tus deberes. Parece fácil, pero a veces... Ellos tendrán su propio ajuar, no te preocupes si toman un camino distinto al tuyo, aparecerán cuando tengan que aparecer.

Dicho esto, justo cuando regresaban al mostrador dónde fuese atendido hora y media antes, la mujer cerró palabra palmeando tres veces seguidas. Allí había cinco condenados esperando.

-Dime qué necesitas Jorge.

Jorge comenzó a hablar sin ser él mismo el que moviese un sólo músculo de su cara, boca o lengua:

-Necesito ayudantes fornidos. Armas de fuego y personales. Ordenadores portátiles. Guías de programación y una estación independiente para gestionar vehículos, equipaje rodante, maquinaria agrícola, de construcción, expeditiva y a todos nosotros los compañeros. No son tres, son tres directos. Compruebe la lectora, cada uno de los directos deberá tener cinco adicionales. Sin palabra otorgada. Conviene que los directos marchen conmigo, los adicionales puede conseguirlos más adelante.

-¡Santo cielo! Y yo que pensaba que ibas a tener suerte.

La mujer comenzó a pasar la lectora por las nucas de los allí presentes.

-Hum, multas de aparcamiento... Va a ser que no. Locura transitoria... Tampoco. Estafa inmobiliaria, podría estar bien, pero es un enclenque... Si no te molesta, Jorge, siéntate un rato en ese banco y mientras atiendo a estos pobres, ya irán llegando más. Seguro que antes o después lo logramos.
 
A las 13:40, unas cuatro horas después de haber ingresado en aquel almacén, el cuerpo de Jorge y su primer ayudante directo, Carlos, se levantaron del asiento dónde habían permanecido. La encargada de la selección comentó:
 
-Ya veo, es hora de comer. ¡Tranquilos! Marchaos, ya me iré yo también en cinco minutos.
 
Los cuerpos de Jorge y Carlos se pusieron en marcha, se dirigieron al primer ascensor de bajada que encontraron abierto. Uno de los dedos de Jorge presionó el botón de la planta segunda mientras su boca exigía "No te alejarás de mí más de lo imprescindible en tu hora y media de recreo libre" "actuarás primordialmente cómo escolta, sin que ello denigre otras funciones de las que puedas hacerte cargo simultáneamente" "La función de seguimiento. vigilancia y recuento de equipaje quedarán asignadas a uno de tus ayudantes" "La comida será elegida adecuadamente para soportar entrenamientos de alto funcionamiento"
 
-Oído señor. -Contestó el subalterno ante el terror psicológico de Jorge.
 
Los dos cuerpos salieron justo entonces del ascensor, tomaron la comida del bufet del edificio, se sentaron a una apartada mesa, en un rincón y tras realizar una copiosa ingesta volvieron de nuevo al ascensor. Desde allí pulsaron el sótano y encauzaron sus pasos hasta el pequeño gimnasio del edificio
Jorge y Carlos. una vez ingresados en la sala de cardio, comenzaron a entrenar, al principio con paradas cada cinco minutos, después cada diez y tres horas después pararon, se sentaron y al instante recibieron una visita.

-Hola, soy Ivana, soy ayudante de Jorge.

Les espetó una mujer de unos treintaicinco años, morena, muy alta y muy fornida.
-Helena dice que podéis subir a descansar con ella. Yo debo entrenar.

Los cuerpos de ambos hombres retomaron el camino hacia el almacén. Dentro de su cuerpo, Jorge se apesadumbraba por no haberle preguntado el nombre a "Helena". Cuando aterrizaron junto a ella les esperaba con una enorme sonrisa.

-Hola chicos, os presento a Javier. Acaba de llegar. Espero que os llevéis bien.

Jorge se encontraba físicamente agotado, además quería despedirse de Helena, sin embargo sus piernas retornaron el camino hacia el ascensor y tras él las piernas de Carlos y de Javier, que se encontraron con las piernas de Ivana que acababa de salir del ascensor contiguo. La bajada, no obstante, no fue inmediata. Más de una treintena de maletas autorodantes se introdujeron con ellos en el ascensor.

Las maletas les siguieron a la salida de aquél  palacio jurídico medio, pararon con ellos mientras recogían cuatro mascarillas de protección contamínica y atravesaron medio kilómetro de túnel de transporte andando. Cuando llegaron al final del túnel encontraron un pequeño hostal, desde fuera podía leerse: "En este hostal tenemos cubículos para acompañantes, tendrán lo que usted no puede tener: Incluso videojuegos" El grupo se dirigió a la admisión del hostal, las treinta maletas se autodirigieron a la planta inferior y a cada uno de ellos se le asignó un cubículo estrecho, con una cama, una silla y una mesa, un pequeño televisor y una consola de videojuegos.

-No os preocupéis si sois nuevos, vuestros cuerpos dormirán ocho horas, estarán totalmente a salvo en los cubículos. Dentro de ocho horas y media se os servirá un desayuno con café y tostadas, se os abrirá el acceso a las duchas y regresaréis a vuestros cubículos bien limpitos, allí tendréis vuestra primera hora y media libre. Ya aprenderéis a jugar a videojuegos. Algunas veces me gustaría probarlos. Los que terminan su condena siempre los echan de menos.

Si Jorge hubiese sido libre estaría temblando de miedo y terror, casi desfallecería por el cansancio físico y seguramente se sentaría angustiado en una de las sillas de admisión. Pero Jorge no era libre, por lo que su cuerpo era más fuerte que sus pensamientos, el miedo, el terror y la angustia no existían en él y el cansancio físico no era un impedimento lo suficientemente poderoso para dejar de caminar.
Recibió el número de cubículo asignado y tomó el ascensor junco con Carlos y Javier. El cuerpo de Ivana pareció encaminarse hacia las escaleras. Una vez hubo ingresado en su cubículo, el cuerpo de Jorge se tumbó y tapó con las sábanas y cómo si con un interruptor hubiese sido desconectado, sus ojos se cerraron, su cuerpo se relajó y su mente comenzó a proyectar las imágenes de un sueño.

En el sueño un excelente orador le aconsejaba sobre la utilización de la televisión y de los videojuegos, se le conminaba a prestar algo de tiempo libre a la meditación sobre emociones estando en dicho estado, a mover las diferentes articulaciones voluntariamente y a no dedicar el cien por cien de su tiempo en aquello que estaba prohibido a los habitantes normales. La televisión y los videojuegos estaban prohibidos a los habitantes libres por algo y aunque los compañeros tenían acceso a ellos, no había que olvidar que existía la posibilidad de leer y mantener la conexión con el propio cuerpo. Finalmente se le deseaba a Jorge la mayor de las suertes en su nueva condición y se le explicaba que mas adelante podría elegir la música que deseaba escuchar mientras su mente entraba en el estado de reposo correspondiente al de su cuerpo.

Jorge deseaba llorar y gritar mientras una acogedora sintonía de Miles Davis sonaba en su cabeza.

 

Redes: La condena


Jorge, o mejor dicho, su cuerpo, se dirigió a la gran puerta de la gran sala, agarró con naturalidad el pomo alargado, lo giró y atravesó, durante minutos, un largo pasillo con otras puertas similares a la que había abierto; entre ellas, estaban situados los bancos de espera. Al través de aquellas enormes puertas se podían escuchar voces tumultuosas: grandes "oh" y grandes "Castigo, castigo". En los bancos algunas personas sollozaban, tal vez fuesen familiares de acusados, tal vez familiares de víctimas de injurias, la mayoría vestían de distintos tonos de verde.

Era así, la mayoría de los verdes no soportaban vestir los ocres, grises, marrones, negros y blancos, ni siquiera los entre colores aguamarinas, tejas y otros: Necesitaban hacer saber que eran clase verde con toda su nítida ordinariez. No trataban de disimular como las clases bajas, ni tenían el gusto de las clases altas. Salpicando su visión aparecían los guardias, fornidos y altos, de uniforme, con sus gorras, sus porras y sus pistolas activadoras.

Mientras Jorge caminaba, una de las puertas que tenía delante comenzó a abrirse, los guardias cercanos se situaron a ambos lados del gentío, ansioso por regresar a sus quehaceres.

El cuerpo de Jorge se situó junto al banco contiguo, de espaldas a la pared, su cabeza, antes libre, que le había permitido explorar la situación, se tornó gacha y rígida, solamente sus ojos, dentro de la línea de visión del suelo, eran suyos, y aún sabía que, llegadas situaciones determinadas, tampoco le pertenecerían. Deseaba seguir llorando, cómo antes de la activación, pero simplemente no podía, la serenidad de su cuerpo, de su ritmo cardíaco, le permitían pensar y divagar sin impedimento, pero apenas sentir en consonancia.

La mayor parte de aquella gente había salido ya cuando Jorge tornó a tener voluntad sobre su testa. El cuerpo se puso en marcha de nuevo, siguiendo el camino de la mayoría que marchaba frente a él. Su paso era casi jovial, con el paso despreocupado, ágil, pero no rápido, balanceando los brazos alternativamente como si acabase de salir de una fiesta en la que se hubiese enamorado. En los bancos podía avistar miradas de reproche al uniforme de acusado. Afortunadamente sabía que solo era una molestia pasajera. Pronto le asignarían un atuendo entre color difuso e intrascendente, nadie salía de aquellos edificios sin un equipaje adecuado para la reeducación en campo, ni tan siquiera los perpetuos: Las condenas más largas podían llegar a ser reestudiadas.
 
Llegaron al fondo del pasillo, nueve ascensores marcaban bajada, su uniforme se plantó frente al único que marcaba subida. Esperó apenas dos segundos para poder subir; le habían hablado de aquello, de la terrible experiencia de hallarse conectado en red con los artilugios controlados informáticamente; de visionar cómo tu cuerpo se hallaba prácticamente sin obstáculos, pasando pasos de cebra, llegando justo cuando las puertas del transporte público se abren, o llegando a los lugares predestinados en las horas de menor afluencia (gracias a las cámaras de seguridad), tal vez, no fuese tan malo después de todo.
 
El ascensor llegó al último piso, el decimoctavo, Jorge salió, llamó al timbre de la primera puerta a su derecha., ésta se abrió lentamente, se plantó frente a un mostrador sucio y desgastado. Allí una mujer mayor salió a su encuentro.
 
-Veamos que tenemos aquí, tranquilo muchacho, no hace falta que me contestes, la lectora me indicará qué es lo que debo darte.-Dijo la mujer procediendo a pasarle el equivalente a una lectora de código de barras por la nuca- ¡Vaya por Dios! ¡Has tenido suerte!- Prosiguió la voz fuerte y clara de la casi anciana- ¡Eres asignado a un miembro de la red Iris! Ja ja, no sé qué habrás hecho, pero mereció la pena. Humm ya veo tus ojos ditirambos, tranquilo, además tienes modo palabra abierta, eso me permite hablar contigo si quiero, veamos. ¿Vas a estar tranquilo? ¿Nada de ponerte a dar gritos? Bien. Plas Plas- La mujer dio dos palmadas bien audibles- Palabra abierta. Plas plas. -Se oyeron las dos palmadas finales.
 
- Ya puedes hablar conmigo... Puedes hacer la prueba.
 
-Hola buenos días.
 
-¡Hola!
 
-Gracias
 
-De nada. Verás, cómo compañero de miembro de la red Iris vas a tener bastante ajuar de novio, por lo que tendrás que disponer de al menos tres coadyuvantes. El caso es que tardaremos tres horas o así en conseguirlos, porque hoy el edificio no tiene mucho trabajo. No vayas a creer que el sistema está otorgando compañeros a diestro y siniestro.
 
-Tendré paciencia
 
-Si, bueno, supongo que no te va a quedar más remedio que tenerla- Sonrió malévolamente la señora.
 
-El caso es que me aburro, siempre elijo yo la ropa y todo el material asociado. Hoy vas a elegir tú conmigo. Vas a estar con red Iris. ¿Te he dicho ya eso? Para que lo entiendas, no solamente tienes derecho a vestir todos los atuendos, tienes la obligación de elegir uno de cada cómo mínimo, recomendable que al menos diez modelos distintos de azul índigo e iris. El material asociado con tu caso particular está abierto. Parece que puedes elegir los nuevos objetos personales que te parezcan oportunos. Hasta un máximo de tres maletas rodantes. ¡Hey, eso son noventa kilos! ¡Te ha tocado el gordo! ¡Y seguro que cuando te vuelva a palabra cerrada me pides más! Ya verás cómo nos divertimos muchacho.
 
-Si, supongo que si.
 
-No me mires tan compungido, no creo que seas un angelito. Aprovecha que estoy de buen humor y vamos adentro. Te mostraré lo que puedes elegir. Por cierto ¿Prefieres empezar por el vestuario, o te recomiendo material de oficina? Red Iris me suena a eso, no estaría mal escoger unas cuantas libretas que te gusten.
 
-¿Libretas? ¡Si! ¡Quiero comenzar por eso!
 
-Bienvenido a tu condena.